jueves, 7 de marzo de 2019

TRAVESIA DE CHAVIÑA A CAJA


La lluvia caía incesante, inclemente, y se confundía con las lágrimas que rodaban por su mejilla. Se había quedado rezagado, hacia atrás de la recua como para escuchar los últimos ruegos de su hermanita Delia, “Florencio, hermanito no te vayas” retumbaba esta frase en su cabeza. Volvió la vista atrás y vio la última silueta de su pueblito, Chaviña. Por un momento pensó en retornar, cómo dejar atrás a su hermanita, sus vivencias, sus amigos, sus alegrías y tristezas. el pecho le oprimía, como resistiéndose a abandonar sus querencias. Cómo dejar toda una vida en su Chaviña querida. En ese momento recordó a su madre, la mucha falta que le había hecho, Mamá!!!, sus labios dejaron escapar esta bendita palabra y gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. Un nudo se le hizo en su garganta y le asaltaron las dudas. Estaba absorto en sus pensamientos, cuando la voz fuerte del jefe de los arrieros lo volvió a la realidad. Ya muchacho, apura el paso que ya se hace de noche.
La lluvia y los truenos empezaron a amainar, ya solo se escuchaba el paso de caballos, burros y mulos. Se había unido a este grupo de arrieros que comerciaban llevando productos de la sierra a la costa y viceversa. Esta idea, la venia madurando desde que se enteró que Irineo su hermano mayor, trabajaba en la Mina San Luis. Tendría entre catorce y quince años y en Chaviña no tendría futuro, pensó. Un día, esta idea se lo comento a papá Gregorio, quien después de un largo silencio sentenció: Si te quieres ir, pues ve, busca a tu hermano, por el valle de San Luis o Caja, le dijo, y por toda prenda solo le dio un ponchillo de vellón y su bendición.
Estaba tan metido en sus recuerdos, que no tomo en cuenta que habían caminado casi durante todo el día y ya se había hecho de noche. Habían cruzado pampas, barrancos, lomadas y entonces se escuchó la voz de los arrieros que con un sonoro SO..!!, Detenían el paso de las bestias. Ya muchacho vamos a acampar, desensilla los caballos le ordenaron. Otro grupo de arrieros, buscaban leña para encender fogatas, para espantar los pumas, dijeron, y cada quien con las arapas o carona se acomodaron para pasar la noche. El jefe de los arrieros saco entonces de su alforja un pequeño odre que contenía licor de caña. Se los pasaba a los demás y cada uno se tomaba un buen trago.
Florencio, se había acomodado bien con su poncho, estaba cansado, pero no podía conciliar el sueño. Antes de salir de Chaviña, su madrina le había alcanzado una pequeña talega, había en ella un poco de cancha, queso y habas sancochada. Por su parte él tenía una vieja cantimplora con algún mate. Ese fue su almuerzo y su cena. Dormía a cielo abierto, ya no había lluvia y tampoco hacia frío, y así estaba, pensando y pensando. El cielo límpido y estrellado, alguna que otra estrella fugaz cruzaba el horizonte.
No supo cómo, pero se había quedado dormido profundamente. Las primeras luces del alba lo despertaron. Se puso de pie rápidamente y entonces recién pudo darse cuenta de que estaban en medio del desierto. No había árboles, ningún verdor, nada de agua, solo tierra seca y aún tenían un día más de caminata. Los arrieros ensillaron sus caballos, cargaron sus burros y nuevamente emprendieron la caminata. Bajo el inclemente sol caminaron durante muchas horas, ya de tarde desde lo alto de una lomada alcanzó a ver a lo lejos lo que parecía un valle. En camino se estrechaba, ahora tendrían que descender por una quebrada. Había que sortear saltos y acantilados, lentamente, con mucho cuidado la caravana iba descendiendo al valle y en este trayecto se les hizo de noche, no se detuvieron, estaban cerca de alcanzar su destino. A lo lejos podía oírse el ladrido de unos perros. En la oscuridad de la noche podía verse cada ves mas cerca algunas luces, ya podían verse las casas, acamparon en las afueras y se alistaron a pasar la noche. Habían llegado a Caja, y Florencio, el muchacho, ahora sí, casi de inmediato durmió plácidamente. Atrás quedaron sus recuerdos, mañana sería otro día.
El canto de los gallos, el balido de las vacas, lo despertó. Era otro ambiente, otro aire, estaba con mucha sed. Se sentía olor a hierba fresca y entonces mientras los mayores intercambiaban saludos con los dueños de la hacienda, el salió a buscar agua. Cerca había una gran acequia que llevaba agua a la ranchería del cual bebió hasta hartarse, más allá podía verse unas plantas del cual pendían unos frutos, pensó que eran limones mordió unos y otros, y entonces pudo darse cuenta que era limones de algodón verde. Volvió al grupo de los arrieros, que intercambiaban sus productos con los dueños de la hacienda, fueron invitados a desayunar. Fue allí que Florencio consiguió su primer empleo, el patrón necesitaba alguien que le ayudara en atender sus caballos y reses. Sin embargo, no olvidó el encargo que le había hecho papá Gregorio, busca a tu hermano le había dicho y lo encontró. Mas allá, en la otra ranchería, allí vive, le dijeron. Fue a su encuentro, se dieron un gran abrazo, lloraron juntos, se contaron sus historias. Irineo era un Purej, es decir, era un caminante. Nunca estaba más de una o dos semanas en un solo lugar. Trabajaba unos días y a la otra semana ya estaba en otra hacienda, y así se recorría el valle. Alzaba su viejo costalillo al hombro y emprendía un nuevo viaje, su mujer con su manta a las espaldas lo seguía. Hijos? ninguno, si nacía alguno, no lograba sobrevivir solo algunos días. En fin, así era Irineo, dueño del mundo y no tenía nada, pero nada le faltaba, en cada lugar le abrían las puertas, hombre trabajador nunca le falto que comer decía Florencio. Se recorría los valles de Acari, Yauca, Chala, caminando, de pueblo en pueblo. Hasta que un día Florencio se entera de que su hermano Irineo había muerto. No se sabe dónde ni cuándo, Pero ya no estaba.
Florencio al llegar a Caja y conseguir empleo, hizo grandes migas con los peones de la hacienda. Todas las tardes los muchachos peloteaban en el potrero. Ahí demostró su habilidad para jugar al fútbol. A partir de entonces ya lo consideraban en el equipo titular de la hacienda que todos los domingos se enfrentaba con el equipo de la Mina San Luis. Y vinieron los goles y los triunfos de la hacienda de Caja. Los ingenieros desesperados frente a las derrotas consecutivas de su equipo, planearon una estrategia. Debían de contratar al mejor jugador del equipo rival, al goleador, entonces citaron a Florencio a la oficina de la empresa le ofrecieron un puesto de trabajo en el área de laboratorio de la empresa, con un interesante sueldo. Ese fue su segundo trabajo. De allí, a conocer a una linda chica llamada Juana Pilar, es iniciar una nueva historia. Es decir el génesis de mi vida.